Actualizado el 30/11/2023
Elena Villamandos

Elena Villamandos


Período: XX - XXI
Nacimiento: 1971 - Santa Cruz de Tenerife

Nacida en Santa Cruz de Tenerife en 1971. Narradora, poeta, educadora social y feminista. Autora de la novela Pasajeros del tiempo, de los poemarios Poética y vida y Egipto y del conjunto de cuentos Curiosas ataduras. Ganadora del premio Isaac de Vega con el cuento Trazos interrumpidos y del Premio de cuentos Ciudad de Santa Cruz de Tenerife con el conjunto de relatos Curiosas ataduras. Primera finalista del III Certamen Internacional de poesía Mujer y madre convocado por la Asociación de Escritores de Asturias. Sus escritos han sido recogidos en diversas antologías. Imparte talleres de escritura y de iniciación al texto dramático y escribe reseñas literarias para diferentes medios.

Cronobiografía

Obras

  • 2022

    Curiosas ataduras. Cuentario (Ediciones Aguere)

  • 2022

    La criatura en el espejo (Beatriz Giovanna Ramírez). Novela digital [ver]

  • 2021

    Microfantabulosas (Centro de la Cultura Popular Canaria)

  • 2020

    Antología para un aquelarre (Cursiva Books)

  • 2020

    San Borondón. Un viaje literario (Ediciones Idea)

  • 2020

    Antología de 100 escritoras canarias (Mercurio Editorial)

  • 2019

    Egipto (Escritura entre las nubes)

  • 2019

    El abrazo del Nogal de Daimuz. Antología lorquiana 2018-2019. Tomo III (Editorial Juglar)

  • 2018

    Pasajeros del tiempo (Escritura entre las nubes)

Más allá de la biografía

Infancia

Pasé mi infancia en el barrio del Toscal, un barrio emblemático de Santa Cruz. Creo que esto marcó mucho mi manera de observar las cosas. Sus calles, de las más antiguas de la ciudad, estaban llenas de casas abandonadas, tapiadas. Se respiraba un aire fantasmagórico, especialmente los domingos. Soy la más pequeña de cuatro hermanos y solo mis padres vivían en Tenerife pues toda la familia era de Las Palmas. Mis padres vinieron a vivir aquí al casarse ya que mi padre, ingeniero industrial, comenzó a trabajar en la refinería. La impresión de aislamiento, de distancia emocional con el resto de la familia provocaba en mí, a veces, una sensación de soledad extrema.

De niña sentía la necesidad constante de evadirme de aquella atmósfera de frustración cotidiana que se respiraba en casa, repleta de gestos acallados, asfixiados por lo que se podía y lo que no se podía expresar, de fondo el excesivo griterío de mis dos hermanos mayores jugando, eran niños muy activos, no se paraban un segundo a observar. Para mí todo aquello no era más que ruido.

Aprendizaje temprano

Mi padre pasaba el día fuera trabajando y mi madre, una mujer educada en la posguerra y en la dictadura jamás se sintió feliz como ama de casa, su frustración inconsciente se olía a distancia. Para mí siempre marcó el modelo de lo que yo no quería llegar a ser y esto me enseñó mucho. De manera que mi crecimiento personal y mi expansión han partido de referentes enfrentados, lo que me ha llevado a profundizar en un espíritu crítico, en ocasiones rebelde y excesivamente puntilloso. Observo las sombras, allí donde nadie se percata de que existen, las señalo, las nombro y trato de transformarlas en algo mejor. Por este motivo elegí como profesión la educación social. El poder transformador de la acción social sobre el terreno es algo que me apasiona y de lo que estoy plenamente convencida.

El refugio de los libros

Por otro lado estaba el colegio, un colegio de monjas, modelo típico de la educación franquista, también asfixiante, repleto de normas con las que no podía, de ningún modo, estar de acuerdo. Me refugiaba en los libros. En los libros encontraba la expansión, el silencio, las aventuras que deseaba vivir, las personas que me hubiese gustado conocer, los amigos que habría querido tener a mi lado, los adultos educadores que me servían de referencia, los héroes que quería llegar a ser. Allí los encontraba y de esa manera empecé a escribir.

La escritura

Decidí que yo podía inventar para mí esa realidad que necesitaba para crecer. Con ocho años escribía historias del Jabato introduciendo un personaje nuevo, que era yo, luego encuadernaba y vendía esas historias en el patio del colegio a mis amigas. Mis amigas no me las compraban pero me bastaba con leerles en alto los diferentes capítulos. Lo disfrutaba. Se hacía más real desde el momento en que podía compartirlo. Mi primer cuento medianamente serio lo escribí con once años. A esa edad empecé a quedarme sola a veces en casa, cuando era necesario, y esto me daba mucho miedo, sentía presencias fantasmagóricas por el pasillo. Descubrí que escribiendo cuentos sobre mis propios miedos el tiempo pasaba más rápido y el miedo desaparecía, podía controlarlo. Así empecé a escribir mis primeros cuentos y ya no paré. Tengo una carpeta llena de aquellas obras que esbocé con aquella máquina de escribir que nos trajo mi padre unas navidades, para hacer los trabajos del instituto, dijo él. Lo cierto es que no hice ni un solo trabajo con ella, sin embargo, de todos los hermanos, yo fui la que más la usó. Aquí citaré una frase de Bukowski que siempre recuerdo y que dice así: Dale a un hombre una máquina de escribir y se convierte en escritor. No sé, me gusta esta afirmación, también porque habla de los recursos a los que todos deberíamos tener la oportunidad de acceder en igualdad de condiciones. Si una persona no puede acceder a un lienzo por ejemplo, jamás podrá descubrir que lleva un pintor en potencia en su interior.

Actividad profesional

Es difícil resumir cincuenta años de experiencia vital. En cualquier caso, aunque de pequeña buscaba mis referencias en los libros, hoy por hoy afirmo con rotundidad que mi gran maestra ha sido la vida. Me incorporé al mercado laboral bastante joven, con veinte años. Me considero una mujer trabajadora. Trabajo a pie de calle, con personas también trabajadoras y con familias también trabajadoras. Me he especializado en la formación profesional para el empleo y en la educación especializada, dirigida a colectivos vulnerables y con necesidades especiales y mi profesión y mi vida han sido mis grandes referentes. Afirmo con rotundidad que me he construido a mí misma, sin más, sin maestros y muchas veces sin apoyos de ningún tipo, contra viento y marea. Supongo que, al fin y al cabo, era lo que se esperaba de mi personaje héroe o heroína, en el fondo siempre supe que así sería.

Referentes literarios

Respecto a las lecturas que me marcaron, sin duda debo señalar a los escritores rusos. Tolstoi, tanto el Tolstoi escritor como el Tolstoi educador, Dostoyevski, Gorki… También los realistas de la generación de la posguerra, la novela rural de Delibes, Camilo José Cela, Vicente Blasco Ibáñez, Fernando Quiñones, Mercé Rodoreda, Unamuno, Carmen Laforet, Josefina Aldecoa. Cuando me tropecé con los escritores norteamericanos de la época del crack, aquello fue igualmente un gran descubrimiento. Faulkner, John Steinbeck, Harper Lee ya de la siguiente generación. Otros autores como Virginia Woolf, Kafka, Herman Melville, José Donoso, Juan Rulfo, Thomas Mann. Lo cierto es que han sido muchas las lecturas que me han marcado. Debo decir que la poesía vino más tarde, siempre estuvo en mi vida de manera tangencial. A raíz de mi amistad con el poeta palmero Juan Bethencourt me comencé a aproximar al lenguaje poético tratando de verlo con otra mirada, diferente a aquella con la que leía narrativa. Ahora se ha convertido en algo indispensable, una forma de expresión siempre presente.

Premios y reconocimientos

  • Premio de relato corto Isaac de Vega, 1996
  • Premio de cuentos Ciudad de Santa Cruz de Tenerife, 1999

Citas

  • La voz narrativa es perpetua, incluso cuando no escribo.


    Entrevista en Escritores desvelados, 2021
    Elena Villamandos

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